Don Quijote de la Mancha

El Quijote de la Mancha.

Felipe Villegas Rojas

Desde la Antigüedad la historia y la literatura han tenido relaciones muy estrechas pues las dos prácticas estaban vinculadas a la escritura. Sólo hasta el siglo XIX esta relación fue negada en virtud de que se descubrió la posibilidad de acceder a los documentos. Esta novedosa fuente hizo creer al historiador que sus escritos podían diferenciarse de los textos ficcionales porque era capaz de demostrar la realidad y contar los hechos tal como fueron incluyéndose así en el grupo de las disciplinas científicas. Cumplía el requisito de ser verdadera como Don Quijote la concebía “ La historia es como cosa sagrada, porque ha de ser en ella verdadera”1. Hoy el matrimonio que se dio en la Antigüedad está en proceso de reconciliación. Si el siglo XIX estableció que todo conocimiento era histórico” el siglo XX descubrió que “todo conocimiento era texto” y obligó a los historiadores a revisar sus relaciones con la literatura. Ahora sabemos que el conocimiento pasado depende de la percepción que se tenga de él y ésta varía de generación en generación. La historiografía es consciente de que tiene los límites del historiador, y de que sus relaciones con la literatura son muy estrechas al grado de que la transmisión de conocimientos se hace por las reglas del lenguaje y de la narración. La característica de la historia es que tiene que apelar constantemente a textos de un lugar y época determinados para que sus conjeturas sean válidas. Pese a ello, el trabajo final no deja de ser un escrito. Hoy es legítimo pensar cómo un historiador puede hacer uso de un texto literario como una fuente a pesar de ser un texto de ficción.

Un historiador es un crítico de sus fuentes. Tiene que delimitar la información que puede obtener de ellas para no hacer razonamientos que no estén respaldados por la “huella” que es materia de su trabajo. La misma operación es necesaria cuando leemos un texto literario. La diferencia salta a la vista inmediatamente. Nuestro acceso a los textos literarios, la mayoría de las veces, no necesita de una visita al archivo pues los encontramos en las librerías. El documento del archivo es original y único, es verdaderamente una huella del pasado porque además de contener la información escrita el soporte material que la contiene nos comunica otro tipo de información que tiene que ver con el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad: tipo de papel, material con el que está hecho, tipografía, dimensiones del objeto, tinta, etc. Esta información es valiosa porque nos permite pensar cuáles eran los usos que se le daban al libro, qué espacios podía ocupar, quiénes podían usarlos y muchas más preguntas se pueden seguir formulando. Pero la edición crítica que ahora leemos adolece de la información que proporciona el soporte material ya que evidencia el desarrollo de las fuerzas productivas actuales, no la de los tiempos del Quijote. También contiene otro tipo de información: las notas al pie de página, aclaraciones sobre el significado de las palabras, las anotaciones sobre la intertextualidad y comentarios sobre la obra que denotan que el pasado al que se refiere el libro ya no es accesible sin la mediación de la comprensión histórica.

La fuente principal que ahora utilizamos para este estudio es un texto anacrónico si por ello entendemos que hemos trasladado la información que hace cuatrocientos años era inteligible a un formato que es inteligible para nosotros. Este movimiento produce que el texto no pertenezca sólo a su tiempo de producción sino también al año de la edición. Se me reprochará que todos los textos nuevamente editados que necesitan de una operación histórica resultarán anacrónicos también. Yo me atrevería a aceptar esa afirmación. Esos textos se comportan a la manera del Quijote: son transportados al futuro y mucho de su significado se pierde, ya no encuentra sentido. Pero además junto con el texto vienen las interpretaciones acumuladas. El lenguaje arcaico del texto, su vestimenta pasada de moda muchas veces arrebatada, sus referencias culturales ya olvidadas nos hacen pensar que no podemos estar de acuerdo con Eva Kushner cuando propone que la historia de la literatura no tiene que resucitar un pasado que desapareció porque los documentos de base están más o menos dados2, ya que así ignoraríamos la dimensión histórica del texto literario más aún cuando “la recepción interpretativa del texto supone siempre el contexto de la experiencia de la cuestión estética”3 y el libro es clave para conocer esa cuestión.

Nuestra fuente tiene además otra característica que ya había mencionado antes: es un texto de ficción. Voluntariamente el autor crea situaciones que no se presentan en la realidad tal cual él las describe, no tienen un referente en el exterior. Son invenciones de su pensamiento que no se escapan del lugar y tiempo de su producción, es decir, de las Españas del Siglo de Oro, a pesar de que se le atribuya, como obra maestra que es, un valor eterno. Jauss plantea que:

Las obras literarias se diferencian de los textos de valor testimonial puramente histórico precisamente porque desbordan su carácter de testimonio de una época determinada y siguen siendo 'elocuentes' en la medida en que sobresalen por encima de los restos enmudecidos del pasado en cuanto intento de respuesta a problemas formales o de contenidos”4

Pero podemos contrastar esa afirmación señalando que nuestro texto es un testimonio con el que aún compartimos algunas referencias culturales que nos permiten apropiarnos del texto y ensanchar “el campo limitado del comportamiento social hacia nuevos deseos, aspiraciones y objetos y con ello abre camino hacia el futuro”5. Aún hoy podemos encontrar en el discurso del Quijote elementos que consideramos válidos, por ejemplo, la historia de Andrés y Juan Haldudo. Éste azotaba a Andrés porque cada día le faltaba una oveja y pensaba que era éste quien se las robaba pero ahora el Quijote aparece para “enderezar tuertos y desfacer agravios”. El Caballero de la Triste Figura no aprueba que se golpee a Andrés y exige que se le pague todo lo que se le deba sin descontarle nada a pesar de que había recibido de su amo algunos servicios

-Bien está todo esto -replicó Don Quijote-, pero quédense aquí los zapatos y las sangrías por los azotes que sin culpa le habéis dado, que si el rompió el cuero de los zapatos que vos pagastes, vos le habéis rompido el de su cuerpo, y si le sacó el barbero sangre estando enfermo, vos en sanidad se la habéis sacado; así que por esta parte no os debe nada”6.

En esta situación el argumento es que no se puede golpear a alguien injustamente7 “-Descortés caballero, mal parece tomaros con quien defenderse no puede”8 pues el Quijote supone que Andrés es inocente y además no pude defenderse ya que no tiene armas lo que hace un duelo desigual. Aquí el Quijote ayuda a quien le parece que es inocente y esta acción es válida para nuestro sistema de valores como lo es también el argumento que usa para intervenir en la situación. Compartimos ciertos rasgos culturales o por lo menos la situación es favorable para identificar una acción conocida por nosotros.

Nos detendremos un poco explicando cuál es el sentido de la ficción en la literatura y en qué concierne este problema a la historia. Aunque la historia constantemente apele a los documentos para validar sus argumentaciones, no se escapa de comunicar su mensaje en forma de texto. Es aquí donde las relaciones con la literatura se estrechan porque ésta también comunica su mensaje en forma de texto y por lo tanto a la hora de querer comunicar se enfrentan a problemas similares que conciernen a la producción de la escritura. La estudios lingüísticos consideraban que la lengua era un sistema cerrado en sí mismo, un mundo por sí solo, y que no había nada verdadero o falso en sí mismo, sino que estas cualidades eran atributos del lenguaje. Utilizaron estos parámetros para analizar los textos. Estas consideraciones eran válidas aplicadas a los estudios lingüísticos pero cuando extrapolaron ese modelo de análisis a los textos no reflexionaron sobre la diferencia entre el signo y la oración. Paul Ricoeur sostiene que estas dos unidades no pueden analizarse por las mismas categorías puesto que “la oración no es una palabra más grande o más compleja, es una nueva entidad[...que aunque] hecha de signos no es un signo en sì”9. Así, las categorías lingüísticas no pueden extrapolarse al análisis discursivo puesto que no es ese su campo de acción y estudio.

Las consideraciones anteriores son pertinentes en este estudio porque nos llevan a plantearnos la manera en que nosotros podamos diferenciar el discurso literario del histórico, si es que hay diferencias. El discurso es una unidad de sentido que comprende desde una discusión de cinco minutos con algún amigo hasta el Quijote, de Cervantes. La diferencia reside en que uno corresponde a un discurso oral y otro a uno escrito. Cada uno otorga el sentido de manera distinta puesto que en el primero contamos con el autor, quien durante la conversación nos puede ir aclarando nuestras dudas sobre lo que quiere decir mientras que en el segundo sólo tenemos el texto. La diferencia primordial la ubicamos en el referente. Mientras que en el acontecimiento del habla el referente es conocido por los dos hablantes porque lo comparten en el mismo tiempo y lugar, durante el acto de la lectura el sentido y el acontecimiento se separan10. El problema en el texto es que el referente ha desaparecido de la percepción del lector.

Còmo darle sentido al texto si no experimentamos en nuestro entorno las situaciones y las cosas que se identifican con el discurso, como sucede con la lectura del Quijote. En México, quién ha experimentado la forma de vivir monárquica, quién ha visto molinos de viento, quién ha paseado por la Sierra Morena. Yo creo que nadie; pero ¿son necesarios esos conocimientos empíricos para leer al Quijote? Debemos notar que el texto tiene características que lo diferencian del discurso oral y que determinan que su sentido tenga otras formas por las cuales pueda ser percibido. El texto, a diferencia de la conversación, no es efímero sino que tiene la facultad de permanecer fijado en el soporte material por mucho tiempo. Además el receptor es desconocido para el autor puesto que cualquiera que sea capaz de leer el documento y que tenga disposición para hacerlo tiene la posibilidad de otorgarle sentido al texto. Tiene mayor número de receptores que una conversación y se extienden por el espacio y el tiempo. El texto entonces se libera de la intención, del qué quiso decir, y se libera de la referencia situacional con lo que “se tiene un mundo no sólo una situación”11.

Un mundo es un conjunto de referencias abiertas por todo tipo de texto “descriptivo o poético que he leído, comprendido y amado”12 La referencia es importante en el texto pero es imposible recuperarla. Sin embargo esto no es impedimento para que podamos atribuirle al texto varios sentidos. Cuando hace casi cincuenta y cinco años March Bloch se preguntaba por la legitimidad de los estudios históricos, él respondía que la historia no era más que “una ciencia de los hombres en el tiempo que sin cesar necesita de unir el estudio de los muertos con los vivos”13. Después reiteradamente expone el diálogo que tiene que haber entre el presente y el pasado, en el cual era muy necesario tener un buen conocimiento del presente pues así se facilitaba el conocimiento del pasado ya que intentar conocernos implicaba contrastarnos con los otros para singularizarnos. Bloch planteaba el diálogo del “yo” con el “otro”; un diálogo que posee implicaciones prácticas, pues la confrontación de estas dos partes afectaba el conocimiento que el “yo” tenía de sí mismo obligándolo a actuar de tal o cual manera14. La posibilidad de este diálogo estaba dada por la existencia de las “huellas” que el paso del hombre ha dejado. El otro llega a nosotros por medio de los discursos, como ha llegado el Quijote.

El cambio en la sociedad “permite un distanciamiento entre el historiador y aquello que se convierte globalmente en un pasado”15. Frente a nosotros tenemos un texto del cual estamos distanciados espacial y temporalmente y sólo mediante la lectura el “sentido del texto es rescatado’ de la separación del distanciamiento y colocado en una nueva proximidad, proximidad que suprime y preserva la distancia cultural e incluye la otredad dentro de lo propio”16.

El texto literario al igual que el texto histórico son mundos; los dos textos son ficciones porque han perdido su referente inmediato. Si la historia es ficción porque “es un discurso en el que intervienen construcciones y figuras que son de la escritura narrativa [...también es cierto que] produce un cuerpo de enunciados científicos si por ellos se entiende ‘la posibilidad de establecer un conjunto de reglas que permitan controlar operaciones proporcionadas a las producción de objetos determinados’”17. La opción que tenemos para la interpretación del Quijote es “reconstruir imaginativamente las referencias potenciales del texto en una nueva situación”18 y así actualizar el texto. El historiador debe establecer distancias significativas con respecto a los modelos de interpretación haciendo “parcelar el dato según una ley presente que se distingue de su otro, en marcar distancias con relación a una situación adquirida y marcar así el cambio que ha permitido tal distanciamiento”19.

II

El texto del Quijote que utilizamos es una fuente que los historiadores pueden aprovechar si consideran las diferencias entre las tres ediciones: la de 1605, la de 1615 y la del cuarto centenario. Esclareciendo los elementos que participan en al análisis de la obra somos conscientes de que nuestros resultados están relacionados con la fuente que usamos. La producción del conocimiento del pasado depende mucho de la mirada del historiador presente, y en el campo de visión de esa mirada influyen los materiales y las condiciones en las que se construye el conocimiento. Quizás los historiadores adolezcan de una locura similar a la de Don Quijote pues éste miraba ( quizás construía) e interpretaba su realidad según su experiencia libresca que también era una experiencia de vida: la experiencia de la lectura; y los historiadores miran el pasado (o quizá igual que él, lo construyen) según su experiencia libresca y su experiencia en la vida presente. Cada presente dispone de conocimientos con cualidades y cantidades diferentes. Cada mirada (o cada construcción) es diferente.

Como historiadores y lectores de Cervantes nos podemos preguntar: ¿Qué información podemos extraer del texto cervantino?, o antes, ¿Cuál es el problema que nos permite resolver? y también ¿Que haríamos los historiadores sin la literatura?. Trataremos de señalar los elementos que caracterizan a la modernidad española entre los años 1605 y 1615. Considerando al texto sobre el Quijote como un producto de esta modernidad pero también como creadora de ella “toda obra artística posee un doble carácter en unidad indivisible: es expresión de realidad, pero constituye también la realidad que no existe al lado de la obra y antes de ella, sino precisamente sólo en la obra”20; no olvidando además la norma estética, el modo de transmisión de los textos ,la identidad del destinatario y la relación entre las palabras y las cosas21. Con este análisis pretendemos relacionar la dialéctica existente entre el pasado y el presente simbolizado por el Quijote y su mundo exterior con una nueva actitud ante la realidad en la que el proceso que Max Weber bautizó como desencantamiento del mundo estaba iniciando, la economía por primera vez adquiría dimensiones mundiales, la información circulaba más rápidamente y entre más gente gracias a la imprenta, y el induvidualismo se afirmaba. La percepción de estos cambios genera una visión dialéctica incluso en el tiempo.

En la historia acerca del Quijote nosotros podemos identificar cuatro tiempos, el tiempo en el que se mueven los personajes de la historia que dura poco más de medio año; el tiempo de los episodios que se alargan hacia el pasado o hacia el futuro; el tiempo de ficción en el que el Quijote y Sancho Panza son personajes de un libro22 y el tiempo de producción del Quijote. Consideramos el tiempo que es exterior a la obra ya que ésta “ no cobra todo su sentido más que en el corazón de la historia”23.

Cervantes juega con los referentes. Su texto está impregnado de referentes históricos y de experiencias personales. Así sucede con las referencias a Roque Guirnart, el Quijote de Avellaneda, la Historia del cautivo, las novelas de caballerías y la expulsión de los moriscos; de tal manera que da la impresión que la historia sobre el Quijote puede otorgársele valor de verdad como los haría Juan Palomenque el Zurdo, no sólo porque es una historia que tiene la autoridad del texto sino porque el tiempo que maneja la obra participa de la realidad de sus primeros lectores. Estos elementos históricos “están subrayando la proyección temporal del mito básico de la obra”24. Este mito es el de la lucha del pasado contra el presente. El Quijote y su entorno son una lucha de tiempos donde el presente resulta siempre triunfador frente a un pasado que es superado. Pero no es un pasado real, sino una forma de concebir el pasado tal cual los libros de caballería se lo transmitieron a Don Quijote. Vale poco que lo que él crea no tenga referente histórico, basta que ante la vida y en su experiencia el pasado tal como él lo concibe tenga repercusiones en su realidad presente. “La modernidad del Quijote reside en esa realidad que se concede al mundo de los fenómenos, que dejan de ser engaño para adquirir la función de intermediarios entre el sujeto y la esencia. El mundo ya no tiene una variedad dada, sino que se llena de innumerables interpretaciones posibles”25.

Esa actitud que el Quijote posee también la tiene la política del Imperio español. La misión del Imperio era tener total autoridad sobre los Países Bajos, donde se estaba llevando a cabo la primera rebelión moderna antidinástica y antihereditaria, y un retorno de toda Europa a la obediencia debida al Papa26. El segundo punto de la misión no remite inmediatamente a un sistema de valores que caducaba. Era imposible pensar en la sujeción de toda Europa al Papa cuando a los recién formados Estados les era perjudicial esta relación. Ya lo había demostrado Enrique VIII. La legitimidad monárquica se fundaba en la dinastía, en el derecho de sangre y para conservar esa legitimidad muchas veces no era posible cumplir con el dogma católico. Al no tener hijos que heredaran el poder Enrique VIII se vio en la necesidad de casarse varias veces, acontecimiento intolerable para la moral católica. Sin embargo la razón de Estado prevalecía sobre los demás intereses, incluso sobre los religiosos. Era más necesario para el bienestar del Estado un heredero que la conservación de la religión católica. En España se vivía el mismo debate con respecto a la razón de Estado27. El texto cervantino se coloca entre los tradicionalistas ya que, en boca de Sancho próximo a ser gobernador, “según oí decir a mi señor, que más vale el buen nombre que las muchas riquezas”28. Lo que se pedía era ponderar la guerra y cumplir con las obligaciones que implicaba la fidelidad destruyendo al hereje.

Los objetivos que proceden del pasado son irrealizables en el presente y aún más, el pasado huye del presente porque no puede enfrentarlo. Se resiste a creerlo. Así sucede con Sancho, quien al ver los barcos de Barcelona los tiene por encantamientos: “Estas sí son verdaderamente cosas encantadas y no las que mi amo dice”29o cuando el Quijote huye de las armas de fuego:

-No huye el que se retira- respondió Don Quijote-, porque has de saber Sancho, que la valentía que no se funde sobre la base de la prudencia se llama temeridad, y las hazañas del temerario más se atribuyen a la buena fortuna que a su ánimo. Y, así, yo confieso que me he retirado, pero no huido, y en esto he imitado a muchos valientes que se han guardado para tiempos mejores [...]”30

El pasado no puede más que esconderse. Es consiente de que es imposible dialogar con el presente pues tienen diferentes sistemas de pensamiento,la única forma de relación es la confrontación. Así España intenta invadir Inglaterra con la “Armada Invencible”, intenta derrotar a los sublevados mediante el envío del Duque de Alba pero no logra nada. Antes, el tipo de guerra que hacía beneficiaba a sus oponentes ya que todo el dinero que invertía en ella iba a dar sus manos pues los ejércitos implicaban movilizaciones de dinero que los abastecieran de comida y armas. Este dinero podía ir a dar a Inglaterra o a Francia e Inglaterra apoyaba el conflicto de los Países Bajos. Esta confrontación lleva a la victoria a la Modernidad. El espíritu del capitalismo que pregona la filosofía de la avaricia en la cual “el ideal de hombre honrado, digno de crédito y sobre todo, la idea de una obligación por parte del individuo frente al interés- reconocido como un fin en sí- de aumentar su capital”31 triunfa sobre una concepción en la que “aunque es anejo al ser rico el ser honrado, más lo era él por la virtud que tenía que por la riqueza que alcanzaba”32.

Conclusión

Frente a estas cuestiones podemos afirmar que el Quijote puede interpretarse como un testimonio de rechazo crítico de la modernidad en la que se pueden adoptar dos posiciones: la de Sancho o la del Quijote

Come Sancho amigo- dijo Don Quijote-: sustenta la vida, que más que a mí te importa, y déjame morir a mí a manos de mis pensamientos y a fuerzas de mis desgracias. Yo, Sancho, nací para vivir muriendo y tú para morir comiendo”33

Un testimonio en el que el pasado aunque burlado, no reconocido, a veces olvidado, se alza con una mirada crítica hacia el presente. Es el Quijote quien funciona como crítico de su presente y es quien le da sentido. Recuerda las expectativas pasadas mediante los discursos de la Edad de Oro perdida y ahora no sólo siente nostalgia frente a ese pasado, tiene un proyecto hacia el futuro.

Bibliografía:

CHARTIER, Roger, Pluma de Ganzo, Libro de letras, Ojo viajero, México, Universidad Iberoamericana, 2005.

de CERVANTES, Saavedra, Miguel, Don Quijote de la Mancha, Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española y Alfaguara (Santillana): [Ubi?], 2005.

El Quijote de Cervantes, ed. de George Holey, Madrid, Taurus, 1987.

FEROS Antonio y GELARBERT Juan, España en tiempos del Quijote (comp.), México, Taurus, 2005.

JAUSS, Hans Robert, La historia de la literatura como provocación, Barcelona, Península, 2000.

PERUS, François, Historia y literatura (comp.), México, Instituto Mora, 1994.

RICOEUR, Paul, Teoría de la interpretación. Discurso y excedente de sentido, 6ta. ed., México, siglo XXI/Universidad Iberoamericana, 2006.

WEBER, Max, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Introducción y edición crítica de Francisco Gil Villegas M., México, FCE, 2003.

1Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha, II, III, p.572.

2Eva Kushner, “Articulación histórica de la literatura”, en Historia y literatura, p. 169.

3Hans Robert Jauss, “La historia de la literatura como provocación” en La historia de la literatura como provocación p. 165.

4Hans Robert Jauss, “Historia del arte e historia generalen Ibid., p. 223.

5Hans Robert Jauss, “La historia de la literatura como provocaciónen Ibid.,p. 188.

6Miguel de Cervantes Saavedra, Op. cit., , I, IV, p. 50.

7Aquí justicia es entendido en el sentido clásico como “dar a cada quien lo que le corresponde”. A Andrés no le correspondía el castigo pues caía “sobre la capa del justo”.

8Miguel de Cervantes Saavedra, Op. cit.,I, IV, p. 49.

9Paul Ricoeur, Teoría de la interpretación, p. 21.

10Ibid., p. 38.

11Ibid., p. 48.

12Ibid., p. 50.

13Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio del historiador, p. 73.

14Ibíd, p. 68.

15Michel de Certeau, “La operación histórica”, en Historia y literatura, p. 45.

16Paul Ricoeur, op. cit., p. 56,

17Roger Chartier, Pluma de Ganzo, Libro de letras, Ojo viajero, p. 105.

18Ibíd, p. 93

19Michel de Certeau, op. cit., p. 69.

20Hans Robert Jauss, “La historia de la literatura como provocación” en Op. cit., p. 153.

21Roger Chartier, Op. cit. , p. 20.

22Mario Vargas Llosa “Una novela para el siglo XXI”en Don Quijote de la Mancha, XXV.

23Pierre Vilar, “El tiempo del Quijote” en El Quijote de Cervantes, p. 17.

24Vicente Llorents, “Historia y ficción en el Quijote” en El Quijote de Cervantes, p. 254.

25Joaquín Casalduero, “El desarrolo de la obra de Cervantes” en El Quijote de Cervantes, p. 33.

26John H. Elliot, “'Máquina insigne': la Monarquía hispana en el reinado de Felipe II”, en España en tiempos del Quijote, p. 49.

27En el gobierno había dos grupos que discutían la función que debía asignársele a la fe: los tradicionalistas que pretendían hacer la guerra y defender el catolicismo, y los teóricos de la razón de Estado que pedían “matizar la religión con la prudencia”. En el lenguaje estas diferencias se expresaban en término de bueno y malo para los primeros y de útil o dañosos para los segundos. Este debate se llevó a cabo durante el gobierno de Felipe III pues en el de su padre la cuestión quedó resuelta en el concilio de Trento donde se declara la intolerancia religiosa y la condena de los herejes ya no de los hermanos desorientados. Antonio Feros, “'Por Dios, por la Patria y el Rey'”: el mundo político en tiempos de Cevantes.” en España en tiempos del Quijote, p. 61.

28Miguel de Cervantes Saavedra, Op. cit.,II, XXXIII, p. 811.

29Ibid., II, LXIII, p. 1036.

30Ibid., II XXVIII, p. 767.

31Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, p. 92.

32Miguel de Cervantes Saavedra, Op. cit.,II, XXXIII, pp. 515-516.

33Ibid., Op. cit.,II, LIX, p. 996.

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